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Aunque el poema es triste, a mi me ronda desde ayer en la cabeza porque es uno de esos que venían en mi librito “Los 25.000 Mejores Versos de la Lengua Castellana” y que memoricé por el simple placer de hacerlo, lo que le vuelve uno de mis favoritos. Y es de Miguel Hernandez. Y sobre todo: tiene sartenes. Por eso me ronda.
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Tengo estos huesos hechos a las penas
y a las cavilaciones estas sienes:
pena que vas, cavilación que vienes
como el mar de la playa a las arenas.
Como el mar de la playa a las arenas
voy en este naufragio de vaivenes,
por una noche oscura de sartenes
redondas, pobres, tristes y morenas.
Nadie me salvará de este naufragio
si no es tu amor, la tabla que procuro,
si no es tu voz, el norte que pretendo.
Eludiendo por eso el mal presagio
de que ni en ti siquiera habré seguro.
Miguel Hernández.
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Y es que estoy más feliz que una fetichista de los huevos fritos con sartenes nuevas.
Lo que podría ser una metáfora (mmm… simil? comparación? metonimia?… hay que repasar las figuras literarias) si no fuera porque es literal: tengo sartenes nuevas y me declaro fetichista de los huevos fritos.
Si no comprendes mi felicidad sin duda es porque no eres el cocinero habitual de tu cocina, y no has conocido ese sufrir angustioso de la sartén “que se pega”. Sobre todo, la que se pega “a veces”, pero no siempre, y que te pone cada vez que agarras un huevo al filo de la bipolaridad, entre la euforia y la rabia más absoluta, pendiente de ver qué pasa.
Anoche por fin disfruté el paroxismo de ver cómo mi huevo, que cociné más por estrenar la sartén que por otra cosa (bueno vale, por zampármelo también), se deslizaba con elegante bamboleo por la superficie de mi sartén nueva, resbalando sobre las apenas dos gotitas de aceite que le puse. Ya, así es más a la plancha que frito, pero había que poner a prueba el “no se pega” a conciencia.
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Grandes fetichistas de la historia me acompañan en mi parafilia personal. Dalí, sin ir más lejos, tenía entre sus muchas obsesiones una especial querencia por los huevos. Dibujó muchos huevos fritos. Huevos fritos con caracoles, teléfonos y cuchillas de afeitar, huevos fritos al plato pero sin el plato (de este hay al menos tres distintos, que yo haya visto), huevos a caballo sobre pan francés intentando sodomizar a una miga portuguesa (que a propósito, es el que puse arriba)… Es que era Dalí. Era en sí, lo que viene a ser comúnmente denominado RARO.
A veces hasta los freía y todo… aunque para fines también raros:
“Salvador Dalí sedujo a muchas mujeres, en especial a mujeres norteamericanas; pero estas seducciones acostumbraban habitualmente a consistir en hacerlas acudir a su apartamento, desnudarlas, freír un par de huevos, colocarlos en los hombros de la mujer y ponerla de patitas en la calle sin haber articulado ni una sola palabra”
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Yo soy una fetichista mucho más normalita: los frío y me los como. Bajo amenaza de divorcio si el medio limón me explota la yema.
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Ah, como curiosidad, ahora que empieza casi casi a oler a navidad: hay un belén tradicional murciano que se llama “del huevo frito”. Pero no tiene huevos, se llama así porque es muy colorista y la cuna de paja con la aureola del niño Jesús recuerda un huevo frito.