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«No sé cuándo volví a París.
Sin paseo en barco por el Sena, sin subir a la Torre Eiffel, sin visitar los óleos del Louvre… No como turista, a la caza del inevitable café en La Paix y la baguette perfecta ¡Y una entrada para EuroDisney!. No sé cuándo volví a este París de lluvia persistente y sanadora. Volví así, sin más, sólo esto que soy ahora. Sin aquel yo de vacaciones y ruidos que miraba todo parapetado tras una guía de viajes y un plano del metro.
Volví y el Pont dels Arts estaba vacío. Sólo mis pasos sobre su suelo de madera. Sin luces, sin bohemia,… No sé cuándo… Pero ahí estaba, la mirada prendida en la Isla de la Cité y un candado en la mano. Sin nadie a quien besar y con quien fundirme en un abrazo. Sin amor eterno que sellar.
– Te prometo – le dije a este yo renacido y empapado, en la lengua privada de la lluvia y las gárgolas – que siempre te seré fiel.
Y cerré el candado sobre las rejas del puente, entre los sellos de otros cientos de candados.
Sin abrazo.
Sin beso.
Para eso había vuelto a París.»
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Con este relato breve, amén de responder un cuestionario sobre unos capítulos de la novela Un Beso en París y algún detallito más, he ganado el concurso organizado por el blog de difusión literaria juvenil Un Hacedor en el Desierto. Del que ya os hablé antes porque le premié hace meses con uno de esos homenajes blogueros en cadena.
De premio me llevo la novela pa’casa, una alegría para empezar el miércoles con energía, y un poco la sensación de ser una intrusa, ejem ejem… la señora de la cuarta década (que cantaba Bertín Osborne) compitiendo en lides adolescentes. Pero mira… que me quiten lo bailao, ea.